Hay un tablero de ajedrez en cada vida. Aunque no lo veas, aunque no sepas jugar. Y muchas veces, sin darnos cuenta, nos convertimos en piezas de un juego que no elegimos.
Puede sonar dramático, incluso un poco filosófico, pero quédate conmigo. Porque en esta historia —que es parte fábula, parte espejo— puede que encuentres algo tuyo, algo que no sabías que estabas buscando.
¿Quién mueve tus piezas?
Imagina un tablero de madera. Antiguo, gastado. Cada casilla guarda la huella de partidas pasadas. Encima, las piezas están posicionadas como siempre: blancas de un lado, negras del otro. Todo parece en orden. Pero algo... algo no encaja.
El Caballo Blanco —esa figura peculiar que se mueve en forma de “L”, impredecible, lateral, rara— comienza a sentir que ha estado ahí antes. No una, ni diez, sino miles de veces. Las jugadas se repiten, los movimientos son reflejo, no elección.
Y entonces se hace la pregunta clave:
¿Estoy jugando... o estoy siendo jugado?
El tablero no miente, pero tampoco avisa
Esto no va (solo) de ajedrez. Va de rutinas. De patrones. De decisiones que tomamos una y otra vez como si no tuviéramos otra opción.
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¿Alguna vez te has sentido atrapado en una dinámica familiar que no sabes cómo cambiar?
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¿Reaccionas igual frente al conflicto, aunque te prometas que la próxima será distinto?
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¿Sientes que a veces solo “te toca” vivir lo que llega, sin poder mover tus propias piezas?
Pues ahí estás: en medio de un tablero. Y lo curioso es que muchas veces ni lo notamos hasta que alguien —una situación, una pérdida, una pregunta incómoda— nos lo muestra.
El caballo que no quiso moverse
En la historia de “El Juego Eterno”, el Caballo Blanco decide detenerse. Le toca jugar, pero no lo hace. Se queda quieto. Observa. Escucha las voces de las otras piezas, que se burlan, se impacientan, lo acusan de romper el juego.
Pero él ya no puede hacer como que no sabe. Algo dentro de sí se ha activado. Ya no le basta con “cumplir su rol”.
Y ahí pasa lo impensable: ve una línea fuera del tablero. Una salida. Un borde que antes no estaba o no se atrevía a ver.
Romper el patrón, salir del tablero
Esta parte puede sonar como magia. Pero es más real de lo que parece.
Porque cuando tomamos conciencia —de verdad, no solo desde la cabeza— de que estamos repitiendo una historia vieja, el juego cambia. No porque lo destruyamos, sino porque ahora lo vemos. Y lo que se ve, se puede transformar.
El salto del caballo fuera del tablero no es huida. Es libertad. Es la posibilidad de crear un nuevo juego, con reglas que sí elegimos. Con jugadas que nacen de la conciencia, no del automatismo.
Y si tú fueras el Caballo…
¿En qué parte de tu vida te estás moviendo por reflejo?
¿A qué “jugada” estás tan acostumbrado que ya ni la cuestionas?
¿Dónde podrías hacer una pausa, observar y elegir distinto?
Porque sí, cuesta. Salirse del patrón implica incomodidad, culpa, miedo. Pero también significa algo hermoso: volver a ti.
Una pausa para el alma: ¿Qué te dice tu juego?
Aquí van algunas preguntas para sentarte un rato contigo mismo (o contigo misma) y mirar el tablero de tu vida:
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¿Cuál es el movimiento que más repites en tus relaciones? ¿Te protege o te limita?
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¿Qué parte de ti se siente como un peón (pequeño, sacrificable) y cuál como una reina (versátil, poderosa)?
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¿Qué patrón familiar o cultural estás repitiendo sin darte cuenta?
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Si pudieras salir del tablero un momento y mirar desde afuera… ¿qué verías que antes no veías?
Y si te animas, dibújalo. Literal. Dibuja tu propio tablero. Coloca las piezas con nombres como “miedo”, “orgullo”, “deseo de aprobación”, “voz interior”, “intuición”. A veces, ver lo invisible en papel hace toda la diferencia.
No todo es blanco y negro
Una de las trampas del ajedrez emocional es creer que todo es blanco o negro: bien o mal, correcto o incorrecto, fuerte o débil. Pero la vida real tiene tonos, matices, grises, colores que no caben en una casilla de madera.
A veces, el acto más valiente no es atacar ni defender, sino esperar. O incluso rendirse, pero no desde la derrota, sino desde la lucidez: “no quiero jugar este juego más”.
Y eso, créeme, también es un movimiento válido.
La moraleja no es el final… es el comienzo
“El Juego Eterno” no termina cuando el caballo salta. Ahí recién empieza su verdadera vida. Porque ahora sabe que cada paso que da —dentro o fuera del tablero— puede ser elección, no reflejo.
Y tú, lector, lectora, quizá también lo sabes. Aunque sea una sospecha leve. Una intuición que se asoma como luz entre casillas. Una voz que dice: “creo que hay algo más”.
Hazle caso.
¿Y ahora qué? Un movimiento simbólico para ti
Antes de cerrar esta lectura, te propongo algo sencillo, pero poderoso.
Busca una ficha de ajedrez (o una piedra, o cualquier objeto pequeño). Llévala contigo hoy. Cada vez que la toques, pregúntate:
“¿Estoy moviéndome desde la conciencia... o desde la costumbre?”
Hazlo sin juicio. Solo observa. A veces, el simple hecho de mirar lo que hay es el primer paso hacia otra manera de vivir.
Última jugada (por ahora)
No importa cuántas veces hayas jugado el mismo patrón. No importa si sientes que el tablero te supera. Siempre hay un movimiento posible: el de darte cuenta.
Y desde ahí, todo cambia.
Quizá no de golpe. Quizá no en una jugada brillante. Pero como el caballo blanco… tú también puedes elegir tu próximo paso.
Aunque sea en forma de “L”.
¿Te gustó esta historia? ¿Te viste reflejado en alguna pieza? Cuéntame en los comentarios o compártela con alguien que, como tú, intuye que hay otro tablero posible.
Nos seguimos leyendo. Y quién sabe… tal vez la próxima jugada sea la tuya.